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lunes, 16 de febrero de 2015

50 sombras de Grey: dos miradas

de




Miradas Opuestas: "50 sombras de Grey"

Dos posiciones encontradas de la adaptación de la primera parte de la trilogía erótica de E. L. James. ¿Te gustó?

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¿Qué esperaban?

Cecilia Sanchez
Si hay algo que le juega en contra a 50 sombras de Grey es la expectativa. Las previas intensas suelen hacer eso: elevan la vara de calidad muy por encima de la media y nos hacen entrar a la sala envueltos en una nube de humo que luego es difícil de disipar objetivamente. Encima, la universalidad de la novela de E. L. James nos convierte a todos en directores técnicos cinematográficos de cabotaje: que yo hubiera cortado la escena después, que yo hubiera elegido otro actor, que yo hubiera musicalizado menos. Habría una versión individual por copia vendida. No se puede.
La cosa es que la directora Sam Taylor-Johnson y la guionista Kelly Marcel, le sacan juego a las piedras. De una historia de dudosa calidad narrativa que abunda en la vida interior de una mujer (recordemos a la "diosa" que le habla a Anastasia desde adentro) logran una película entretenida, que (hay que decirlo) no se va a convertir en ícono de erotismo, pero que se deja ver.
Es cierto: hay más sensualidad en los vampiros de la serie True blood y a Jamie Dornan lo que le sobra de facha le falta en confianza, pero, con una mano en el corazón, nadie esperaba una nueva Bajos instintos. Con una Dakota Johnson convincente, fresca y picarona, 50 sombras de Grey sigue siendo un filme de estudio. Era casi obvio que habría más límites infranqueables en el set que los que se negocian en el Cuarto Rojo del libro.
El guion privilegia, eso sí, el vínculo romántico de la pareja, que convengamos, es la esencia de la novela. De ahí que los muestren volando como en un videoclip o bailando en el living. No todo es sexo, pero cuando se trata de sexo, a los lectores nos devuelve guiños en clave de humor y nos deja el resto librado a la imaginación: el mejor ejercicio que brinda la lectura. Círculo cerrado.

Aburrimiento obsceno

Demian Oroszdorosz@lavozdelinterior.com.ar
Hay más violencia y sexo crudo en las relaciones que mantienen los rudos guerreros de Juego de tronos que en las tibias y desinfectadas escenas de 50 sombras de Grey. Es muy probable que la película resulte especialmente decepcionante para los amantes de la trilogía literaria, más que nada para aquellas/os que consumieron esta fantasía de entrega al control de un amo sádico como si fuera un manual de autoayuda erótica o un catálogo de chiches y poses para sorprender a la pareja. Nadie debería ir a verla con la expectativa de salir encendido o con nuevas ideas.
La historia de una chica inocente iniciada por su amante en los placeres de ir absorbiendo dosis de dolor cada vez más intensas y caer desmayada tras el éxtasis se toma casi una hora para mostrar un pezón y las nalgas del chico en cuestión. Un rato antes Christian Grey, el millonario adicto a las emociones fuertes, un aristócrata de los límites, le dice a una pasmada Anastasia Steele: “Yo no hago el amor. Yo cojo, duro”. La frase genera uno de los varios pases de comedia involuntarios del filme pero, sobre todo, es una promesa que nunca se cumple.
Los momentos en que ella pide mimos y él responde con tormentos (en verdad, un par de nalgadas casi a desgano) hacen de 50 sombras de Grey un filme retrógrado, definitivamente anclado en el estereotipo de que las mujeres responden al paradigma romántico y deben ser introducidas por el macho en las salvajadas de cama brava.
Completan este aburrido trance un guion escuálido, una banda de sonido correcta pero desacoplada de lo que se ve (hay que fumarse dos momentos videocliperos en los que la pareja vuela) y un par de escenas supuestamente fuertes canceladas antes de que pase nada. Por si fuera poco, la película dura más de dos horas, que transcurren entre bostezos y risitas de frustración. Sin duda, allí radica el verdadero sadismo.

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