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sábado, 3 de enero de 2015

VIII/XIII Diego Torres y Papeles en el viento: Todos vivimos como si fuésemos inmortales

de
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Diego Torres: "Todos vivimos como si fuésemos inmortales"

El músico y actor vuelve al cine con Papeles en el viento, basada en la novela de Eduardo Sacheri, que se estrenará el jueves
Por   | Para LA NACION





Estar y no estar. Ése es un poco el desafío de Diego Torres en el nuevo y esperado opus de Juan Taratuto, Papeles en el viento. Basada en la novela homónima de Eduardo Sacheri (sí, el mismo autor de El secreto de sus ojos), la película -que se estrenará el jueves- cuenta la historia de un grupo de amigos que tras la muerte de uno de ellos, "el Mono", decide hacerse cargo, vía una casi imposible transacción futbolera, de la manutención de su hija. Amistad, códigos de barrio, fútbol y familia son algunas de las claves que acompañan toda la historia que protagonizan Diego Peretti, Pablo Echarri, Pablo Rago y, por supuesto, Diego Torres, cuya presencia intermitente (en la piel de "el Mono") marca quizá varios de los momentos más emotivos del film.
En la charla, eso sí, Diego está hiperpresente. Ofrece antes de arrancar caramelos Sugus, una adicción que arrastra desde hace años y para la cual tiene un estudiado método de correlación de gustos: "El de menta, por su sabor fuerte, siempre va a lo último". Comparte y enseguida se engancha con otras de sus pasiones: el fútbol. "Para ser actor y músico, no juego nada mal", asegura, y varios partidos y anécdotas (y hasta un intento de reflotar el famoso equipo de "los galancitos" de los años 80) le dan la razón. Como hincha de Boca, admite, no es de lo más constante. O lo es, según los parámetros actuales: mucho partido en el living (incluso cuando compone y pone la televisión en mute) y poca cancha. Su equipo, además, no tuvo el mejor año, por lo cual prefiere silbar bajito y pasar rápido al siguiente tema.
-¿Habías leído la novela antes de que te ofrezcan este papel?
-Sí, me la regaló mi hermano en 2012. Recuerdo que la terminé en medio de la gira por España, en un tren que iba de Valencia a Madrid. Lo primero que pensé, mientras miraba por la ventana y se me caían las lágrimas sin parar fue: "Qué hermosa historia para hacer una película?". Dos años después, no sólo me cuentan que Juan Taratuto la estaba por adaptar, sino que me querían para hacer el personaje de Mono.
-La película toca fibras muy argentinas y me imagino también muy tuyas, la familia, los amigos?
-Es una historia muy nuestra, cruzada por el fútbol, pero como un ingrediente más, no es el centro. Es una comedia, sí, pero de esas que te dejan una sensación inexplicable en el pecho. La risa muchas veces te desnuda y en este caso es así. A mí me pegó por el mero hecho de transcurrir en Avellaneda, barrio donde nació mi vieja, al igual que su padre (todos hinchas fanáticos del Rojo), pero, sobre todo, me pegó mucho por el lado del ciclo de la vida, esto de que todos vivimos como si fuésemos inmortales, aunque sabemos bien que no es así. La primera vez que la leí no había sido padre aún y cuando me dieron el guión ya lo era y todo fue más lacrimógeno ¿Y si lo que le pasa al Mono me pasa a mí? ¿Y si me enfermo y tengo que dejar a mi hija sin su papá?
-¿Y ahí cuáles son tus mecanismos de defensa?
-Los mismos de siempre. Juntarme con amigos, con mi familia, mirarlos a todos a los ojos y sentir realmente cómo están, qué necesitan.
-¿Sos muy amiguero?
-Sí. La profesión me ha dado varios amigos [ver recuadro] y además están los de toda la vida. Muchos de ellos trabajan conmigo. Fabri es mi personal manager, Luciano es mi abogado y Gonzalo es mi asesor financiero.
-Muchos rehuirían a la idea de juntar trabajo y amistad?
-No es fácil, pero si hay un idioma claro de parte de todos y una confianza plena, se puede. Nadie mejor que un amigo para decirte las cosas de frente.
-¿Creés que se trata de una película masculina, o hasta incluso machista?
-Está esa idea dando vueltas, pero los comentarios que recibí de mujeres que la vieron fueron todos muy positivos. Les encantó y creo que es porque a pesar de tener poca presencia, las mujeres juegan un rol clave en la historia. La importancia de una hija, de una esposa? Y a su vez, y esto es lo más importante, creo que la película les abre a las mujeres la posibilidad de espiar un poco el mundo de los hombres, su sensibilidad, sus zonas vulnerables.
-A estas alturas, ¿te interesa más la masividad o el prestigio?
-A mí me encanta ser popular, pero porque no asocio esa palabra a falta de calidad. Mirá Les Luthiers si no. Para mí, la gente responde cuando siente el compromiso de un artista. El prestigio por sí solo no vale nada, es una cáscara vacía.
-¿Eso corre tanto para tu carrera de actor como la de cantante?
-Sí, claro. Mirá, yo siempre me sentí un artista integral, es algo que está en mi ADN y, de hecho, hoy mi sobrina [Ángela Torres] está demostrando lo mismo. Le pasó también a mi madre, que actuaba, cantaba, hacía películas, conciertos, discos... Quizás haya gente que separa esas facetas, a la que le gustaré más o menos como actor o músico, pero yo no puedo hacer esa distinción, tengo la misma adrenalina ahora que va estrenarse esta película que cuando saque el disco este año.
-¿Nina continuará la estirpe artista de los Torres?
-No lo sé, aunque admito que es impresionante ver cómo se estimula con la música. Hay una rumbita famosa de Rosario Flores que siempre le cantamos, que dice: "Marcha, marcha, queremos marcha, marcha, ¡olé!". Y es increíble verla bailar con apenas el ruido de las palmas. Le encanta la música. Me escucha tocar el piano y enseguida suelta lo que esté haciendo para venir a sentarse conmigo a escuchar o a tocar las teclas con sus deditos. Vuelvo al tema del ADN, es algo muy poderoso, casi inmodificable. Es como la historia tremendamente emotiva de Ignacio Carlotto, un tipo que termina siendo músico como su padre, ¡aun sin saber quién era realmente ni convivir con él!
Tras el estreno de Papeles en el viento, Diego partirá a Miami, donde terminará de grabar su próximo disco y en donde suele ser objeto, junto a su familia, de las típicas fotos playeras que los paparazzi entregan cada verano. "A estas alturas -bromea- la gente debe creer que vivo de vacaciones, ¡o que soy bañero! [risas]. Lo que pasa es que suelo ir a la playa por la mañana y después del mediodía me interno en el estudio hasta las 9 o 10 de la noche. Pero claro, eso no sale en las fotos." El disco, anticipa, aún no tiene nombre, pero sí un espíritu un poco más festivo que los anteriores dos, Andando (2006) y Distinto (2012), que, según confiesa hoy, estuvieron bastante marcados por las muertes de su padre y madre. "Fueron casi diez años de lidiar con enfermedades, internaciones y lutos, y no fue algo fácil. Para nada, sobre todo porque muchas de esas crisis me agarraron en viajes y giras", dice, y agrega casi sin detenerse: "Durante mucho tiempo, la gente me tuvo como un abanderado del optimismo y la verdad es que no soy así. Tengo mis momentos luminosos, pero también otros más melancólicos o tristes. «Tratar de estar mejor», de hecho, habla de un tipo que intenta estar mejor, lo mismo que «Color esperanza», que refleja las ganas de querer salir de un pantano. Lo mío nunca fue cantarle a la felicidad y ya. En ese sentido, creo que el próximo disco tendrá mucho de ese abanico de emociones. Me tomé mi tiempo para elegir las canciones, empecé trabajando con treinta y hoy ya estoy con quince. En esta última etapa, espero encontrar el tono justo", afirma.
-¿Cómo ves al país hoy?
-Siento que todavía estamos aprendiendo a vivir en democracia. Pasaron poco más de 30 años de la última dictadura, que hizo estragos en más de una generación. En muchas cosas, creo que hemos mejorado, pero en otras hay una especie de retroceso. Hoy veo que caímos en esta nueva antinomia política, K vs. anti-K, y lo cierto es que no suma demasiado. Perdemos mucho tiempo en agredirnos y no ganamos nunca en debate. No hay autocrítica de parte de nadie; como es una guerra, nadie puede admitir errores propios ni aciertos ajenos. Es una pena. Yo creo que la ley de medios está buena, pero si sólo sirve para desarmar un monopolio y armar otro, no. Está buenísimo que el Estado esté detrás de varias cosas, como por ejemplo las asignaciones sociales. Pero también sería óptimo que la gente no viva sólo de eso. Como decía la Biblia, no se trata sólo de darles el pescado, sino de enseñarles a pescar.
-¿Por qué nunca te instalaste del todo en Miami?
-Lo podría haber hecho varias veces, imaginate que yo empecé a viajar en el 95, 96, pero la verdad es que nunca podría alejarme definitivamente de mi país. Lo único que me incomoda hoy es que afuera siento una tranquilidad que me encantaría sentir acá y no puedo. Yo me crié en la calle, sé cómo y por dónde moverme, y no suelo tener miedo. Pero cuando estoy con mi hija, la cosa es distinta. Abrir la camioneta, sacar el cochecito? Son todos momentos en los que me siento medio regalado y no debería ser así. Incluso en un barrio como Palermo, que solía ser un lugar supertranquilo?
-¿El acoso de los fans o curiosos te molesta?
-No, para nada. Sí me ha pasado de tener que ubicar a más de uno, sobre todo a los que te encaran de forma muy rara. Esos que te chistean con prepotencia y te gritan: "¡Eh, psst, vos!". Yo no llamaría a nadie así, ni al mozo ni al taxista ni a nadie. En esos casos, no me queda más remedio que retroceder y tratar de educarlos. Quizá sería más fácil cortarles el rostro y listo, pero yo prefiero pararles el carro y hacerles saber lo desubicados que están.
-Es bueno saberlo, porque para muchos sos "el simpático a prueba de balas".
-Es que lo soy? [sonríe]. Hablando en serio, creo que soy un tipo divertido, pero por sobre todas las cosas soy un remador, un luchador. En definitiva, soy como juego al fútbol: no lo hago de 9, sino de 5. Yo disfruto más recuperando una pelota y haciendo el pase justo que convirtiendo un gol. Y así soy en la vida.

Amigos son los amigos

Hace exactos 25 veranos, una obra que hoy sería un éxito rotundo levantaba tímidamente su telón en Mar del Plata. Dirigida por Ricardo Darín (y Carlos Evaristo), Pájaros in the nait ponía a prueba a varios jóvenes galanes de aquel entonces: Adrián Suar, Diego Torres, Leonardo Sbaraglia, Pepe Monje y Roberto Antier. Para Diego, la obra no sólo marcó uno de sus primeros desafíos actorales (un año después llegaría el suceso absoluto de La banda del Golden Rocket), sino el comienzo de su amistad con Ricardo y "el Chueco" Suar. "Son algunos de los amigos que me dejó esta profesión. Me junto seguido con ellos y lo interesante es que cuando lo hacemos, nos permitimos decirnos de todo. Ahora estamos en una etapa de reunirnos más en familia y eso también está bueno. El tiempo pasa, los amigos quedan.".

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