Peter Singer
Altruismo efectivo
Varios
estudios demuestran que la gente que es generosa, por lo general, es
más feliz y está más satisfecha con su vida que la gente que no dona.
¿Los seres humanos pueden estar realmente motivados por el altruismo? Mi nuevo libro, The most good you can do
(El mayor bien que puedas hacer), analiza el nuevo movimiento emergente
llamado altruismo efectivo y, al hacer entrevistas sobre el libro, me
sorprende la frecuencia con que se formula esa pregunta.
¿Por qué deberíamos dudar de que algunas
personas se comportan de manera altruista, por lo menos parte del
tiempo? En términos evolutivos, podemos entender fácilmente el altruismo
para con los parientes y otros que pueden corresponder nuestra ayuda.
Parece verosímil que, una vez que nuestra capacidad para razonar y
reflexionar se ha desarrollado lo suficiente como para permitirnos
entender que los extraños pueden sufrir y gozar de la vida igual que
nosotros, al menos algunos de nosotros actuaríamos de manera altruista
también con los extraños.
La encuestadora Gallup les preguntó a personas
en 135 países si, en el último mes, habían donado dinero a una entidad
de beneficencia, hecho voluntariado en una organización o ayudado a un
extraño. Los resultados de Gallup, que constituyen la base del Índice
Mundial de Generosidad 2014, indican que aproximadamente 2.300 millones
de personas, un tercio de la población del mundo, realiza por lo menos
una acción altruista por mes.
Una evidencia más objetiva del altruismo
apuntala estos hallazgos. En muchos países, el suministro de sangre para
fines médicos depende de donaciones voluntarias y anónimas. A nivel
mundial, más de 11 millones de personas han puesto su nombre en
registros de donantes de médula ósea, lo que implica su voluntad de
donar su médula a un extraño. Una cantidad pequeña, pero en aumento, de
gente ha ido incluso más allá y llegó a donarle un riñón a un extraño.
Hubo 177 donaciones altruistas por parte de donantes vivos en Estados
Unidos, en 2013, y 118 en el Reino Unido en los doce meses previos a
abril de 2014.
Luego están quienes donan a una entidad de
beneficencia. Solo en Estados Unidos, 240.000 millones de dólares fueron
donados por individuos a entidades de beneficencia en 2013. Las
fundaciones y corporaciones llevaron esta cifra a un total de 335.000
millones de dólares, o aproximadamente el 2 % del ingreso nacional
bruto.
Suele decirse que Estados Unidos es más
caritativo que otros países, pero, en términos de la proporción de la
población que dona dinero, Birmania, Malta, Irlanda, el Reino Unido,
Canadá, Holanda e Islandia lo son aún más. En Birmania, el 91 % de la
gente encuestada había donado dinero en el último mes (la cifra
correspondiente para Estados Unidos es 68 %), lo que revela el fuerte
apego de la tradición budista Theravada de donar para respaldar a monjes
y monjas. Birmania también registró el porcentaje más alto de gente que
dedica tiempo al voluntariado (51 %).
Estados Unidos, sin embargo, tiene el ranquin
más alto de “ayudar a un extraño”. Eso, junto con un índice elevado de
tiempo de voluntariado, lo llevó a empatarle el puesto a Birmania como
el país más generoso del mundo.
Cierto es que no toda esta generosidad es
altruista. El Lincoln Center de Nueva York anunció el mes pasado que el
multimillonario magnate de la industria del entretenimiento David Geffen
ha donado 100 millones de dólares para la renovación de su sala de
conciertos, Avery Fisher Hall, con la condición de que se la renombre
David Geffen Hall.
Esa donación parece más motivada por un deseo
de fama que por un deseo de hacer el bien. Después de todo, como
supuestamente Geffen sabía, la familia de Avery Fisher tenía que ser
compensada con un pago de 15 millones de dólares en caso de aceptar el
cambio de nombre. En cualquier caso, en un mundo donde hay mil millones
de personas que viven en condiciones de extrema pobreza, no sería
difícil que un altruista entendiera que existen muchas maneras de hacer
el bien que renovando una sala de conciertos para los amantes de la
música pudientes.
En el extremo opuesto del espectro de
generosidad, psicólogos que estudian el comportamiento generoso
sugirieron que las personas que donan pequeñas sumas de dinero a una
gran cantidad de entidades de beneficencia tal vez no estén tan
motivadas por el deseo de ayudar a los demás sino por la sensación de
bienestar que experimentan al hacer una donación. Por el contrario,
otros donantes dan sumas más grandes, normalmente a un puñado de
entidades de beneficencia elegidas sobre la base de algún conocimiento
de lo que esa entidad está haciendo. Quieren tener un impacto positivo
en el mundo. Sus donaciones también pueden hacer su vida mejor, pero
esto no es lo que los motiva.
El movimiento de altruismo efectivo está
conformado por personas que donan según este segundo criterio,
combinando la cabeza y el corazón. Su objetivo es hacer la mayor
cantidad de bien posible con los recursos que están dispuestos a asignar
para ese fin.
Esos recursos pueden incluir una décima parte,
una cuarta parte o hasta la mitad de sus ingresos. Su altruismo puede
incluir su tiempo y su talento, e influir en la elección de una carrera.
Para alcanzar sus objetivos, utilizan la razón y la evidencia para
garantizar que cualquier recurso que dediquen a hacer el bien sea lo más
efectivo posible.
Varios estudios demuestran que la gente que es
generosa por lo general es más feliz y está más satisfecha con su vida
que la gente que no dona. Y otros estudios demuestran que donar lleva a
que se activen los centros de recompensa del cerebro (las áreas del
cerebro que también están estimuladas por la comida sabrosa y el sexo).
Pero esto no significa que estos donantes no
sean altruistas. Su motivación directa es ayudar a los demás, y su
generosidad los hace más felices solo como una consecuencia del hecho de
que sí ayuda a los demás. Si hubiera más personas como estas,
tendríamos más generosidad, y eso es lo que queremos. Definir
“altruismo” de manera tan estrecha que el término únicamente se pueda
aplicar cuando la generosidad es contraria al interés general de una
persona dejaría de lado el hecho de que la mejor situación que se puede
generar es aquella en que promover los intereses de otros está en
sintonía con promover los intereses propios.
Peter Singer
* Profesor en la Universidad de Princeton y Universidad de Melbourne.
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