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Nacionales
25/01/2014
En una playa argentina se practica "nudismo familiar"
Todos
los días de sus vacaciones, Ricardo, que es ingeniero en sistemas y
tiene 42 años, conduce unos 12 km desde Mar de las Pampas hasta playa
Querandí. Con la familia a bordo, la 4x4 se abre paso por la arena casi
virgen. En el camino, se cruzan con caballos libres que galopan por los
médanos y con algún que otro pescador. Eligen un lugar cerca del mar y
desembarcan con sombrilla, heladerita, tablas. Es entonces cuando
Ricardo, su hija y su hijo, de 6 y 5 años, se sacan la ropa y corren
desnudos hacia el mar.
El ritual se repite a
diario con distintos grupos en la playa Querandí, la primera playa de
nudismo familiar del país. A diario, unas 30 personas llegan para
broncearse desnudas junto a los suyos en las arenas de este remanso.
El
parador se inauguró en 2008, gracias a un convenio que firmaron la
Asociación para el Nudismo Naturista Argentina (Apanna) y el municipio
de Villa Gesell. Es único en su tipo porque allí se practica un nudismo
soft . Es decir que es el balneario de tipo familiar, en el que están
prohibidas las relaciones sexuales y en el que las normas de convivencia
son muy estrictas. Pueden ingresar menores de edad con sus padres.
Las playas nudistas en
el mundo están clasificadas en distintos tipos. Están aquellas que
atraen a la movida swinger , las que se caracterizan por nuclear a un
público gay y están aquellas tipo soft o familiares, en las que hay
reglas de convivencia claras y en las que quienes llegan tienen un
objetivo: pasar el día bajo el sol, con la libertad de sentir la arena
en el cuerpo. Allí, el encuentro de padres e hijos denudos no es un
problema.
Desde hace tres años,
Ricardo frecuenta el parador con su familia. Su mujer no practica el
nudismo y sus hijos, según el humor. "Tenía ganas hacía tiempo. Fui a
distintas playas nudistas, me sentaba en la arena, me tapaba con una
manta, me cambiaba la sunga, pero no me animaba. Hasta que un día, mi
hija me preguntó por qué yo me metía al mar vestido si todos estaban
desnudos. Le contesté: «Porque soy un tarado». Entonces, me animé y me
la saqué. Desde entonces, lo que me parece raro es tenerla puesta",
cuenta. Prefiere no dar su apellido. "Todavía hay muchos prejuicios. Hay
mucha gente que cree que los nudistas somos sátiros o que esto tiene un
componente sexual. Y nada que ver", aclara.
El parador está a unos
cinco kilómetros de la playa más cercana, a la que sólo se accede en
vehículos de doble tracción. Está delimitado por banderas que lo
identifican a la distancia como para que nadie se lleve una sorpresa.
Igual, los curiosos siempre se las ingenian para llegar y mirar.
"Cuando comenzamos,
colocamos un cerco para mantener la privacidad. Era peor. Eso atraía a
muchos a treparse. Entonces lo sacamos y sólo dejamos banderas", explica
Hernán Buono, de 38 años, abogado, miembro de Appana e impulsor de esta
playa.
Hernán va escoltado por
su madre, que lo acompaña siempre, aunque ella con traje de baño
puesto. "Yo no tengo problemas con esto. Uno se acostumbra y es natural.
A veces vienen mis nietos y mi nuera. Esto es muy familiar", dice la
mujer.
Cerca del parador se
formó una ronda de mate. Hay abogados, un médico, amas de casa, padres,
hijos, docentes, hasta un director de escuela. Todos desnudos. Hablan
con naturalidad. Se miran a los ojos, comparten el mate, cuentan
experiencias. Hay espaldas tatuadas, cuerpos algo depilados y una
actitud despreocupada respecto de las poses y la estética. "Acá no hay
esculturas. Hay cuerpos reales", asegura Hernán.
Llevar puestos lentes
de sol ayuda a evitar la propia paranoia. Uno está allí, vestido, los ve
de cuerpo entero, pero intenta actuar como si no los viera. Es como uno
de esos sueños en los que, de pronto, uno se mira y se descubre sin
ropa, pero al revés.
"No hay problema. No es requisito estar desnudo para permanecer en la playa", aclara Buono.
De
a poco se suman a la ronda algunos vestidos. Son las madres, las
esposas o los hijos de los nudistas. Incluso hay algunos que, cansados
del sol, decidieron meterse un rato dentro de sus ropas.
Oscar es director de un
colegio secundario del conurbano. Para conversar prefiere ponerse una
remera y la estira mientras habla para taparse. "¿Te imaginás si se
enteran en la escuela? Lo van a tomar a mal", dice. Su esposa aún no se
anima. "El año pasado ni lo acompañaba. Este año ya vine. Creo que el
año que viene, me saco la parte de arriba", confiesa. Tienen dos hijas,
de 18 y 20 años. "No saben que venimos, sino se mueren. Es una edad
difícil", agrega.
"El bronceado que
lográs es increíble. Después, no querés más volver a ponerte la bikini",
asegura Silvana, que tiene 36 años y es docente secundaria de la ciudad
de Mendoza. Está en pareja con Rodolfo, de 38, también profesor. Hace
dos años, él le propuso hacer la experiencia y fueron a playa Escondida,
en Mar del Plata. Al año siguiente, lo repitieron en Chile. "Decidimos
que siempre vamos a organizar nuestras vacaciones cerca de una playa
nudista. Es lo que nos gusta", resume ella
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