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martes, 18 de febrero de 2014

II/a Nudismo familiar en Playa Querandí, Villa Gesell




Enlace y reseña de la nota publicada en tandildiario



Nacionales
25/01/2014

En una playa argentina se practica "nudismo familiar"

Todos los días de sus vacaciones, Ricardo, que es ingeniero en sistemas y tiene 42 años, conduce unos 12 km desde Mar de las Pampas hasta playa Querandí. Con la familia a bordo, la 4x4 se abre paso por la arena casi virgen. En el camino, se cruzan con caballos libres que galopan por los médanos y con algún que otro pescador. Eligen un lugar cerca del mar y desembarcan con sombrilla, heladerita, tablas. Es entonces cuando Ricardo, su hija y su hijo, de 6 y 5 años, se sacan la ropa y corren desnudos hacia el mar.
El ritual se repite a diario con distintos grupos en la playa Querandí, la primera playa de nudismo familiar del país. A diario, unas 30 personas llegan para broncearse desnudas junto a los suyos en las arenas de este remanso.
Consultora FB Notas

El parador se inauguró en 2008, gracias a un convenio que firmaron la Asociación para el Nudismo Naturista Argentina (Apanna) y el municipio de Villa Gesell. Es único en su tipo porque allí se practica un nudismo soft . Es decir que es el balneario de tipo familiar, en el que están prohibidas las relaciones sexuales y en el que las normas de convivencia son muy estrictas. Pueden ingresar menores de edad con sus padres.
Las playas nudistas en el mundo están clasificadas en distintos tipos. Están aquellas que atraen a la movida swinger , las que se caracterizan por nuclear a un público gay y están aquellas tipo soft o familiares, en las que hay reglas de convivencia claras y en las que quienes llegan tienen un objetivo: pasar el día bajo el sol, con la libertad de sentir la arena en el cuerpo. Allí, el encuentro de padres e hijos denudos no es un problema.
Desde hace tres años, Ricardo frecuenta el parador con su familia. Su mujer no practica el nudismo y sus hijos, según el humor. "Tenía ganas hacía tiempo. Fui a distintas playas nudistas, me sentaba en la arena, me tapaba con una manta, me cambiaba la sunga, pero no me animaba. Hasta que un día, mi hija me preguntó por qué yo me metía al mar vestido si todos estaban desnudos. Le contesté: «Porque soy un tarado». Entonces, me animé y me la saqué. Desde entonces, lo que me parece raro es tenerla puesta", cuenta. Prefiere no dar su apellido. "Todavía hay muchos prejuicios. Hay mucha gente que cree que los nudistas somos sátiros o que esto tiene un componente sexual. Y nada que ver", aclara.
El parador está a unos cinco kilómetros de la playa más cercana, a la que sólo se accede en vehículos de doble tracción. Está delimitado por banderas que lo identifican a la distancia como para que nadie se lleve una sorpresa. Igual, los curiosos siempre se las ingenian para llegar y mirar.
"Cuando comenzamos, colocamos un cerco para mantener la privacidad. Era peor. Eso atraía a muchos a treparse. Entonces lo sacamos y sólo dejamos banderas", explica Hernán Buono, de 38 años, abogado, miembro de Appana e impulsor de esta playa.
Hernán va escoltado por su madre, que lo acompaña siempre, aunque ella con traje de baño puesto. "Yo no tengo problemas con esto. Uno se acostumbra y es natural. A veces vienen mis nietos y mi nuera. Esto es muy familiar", dice la mujer.
Cerca del parador se formó una ronda de mate. Hay abogados, un médico, amas de casa, padres, hijos, docentes, hasta un director de escuela. Todos desnudos. Hablan con naturalidad. Se miran a los ojos, comparten el mate, cuentan experiencias. Hay espaldas tatuadas, cuerpos algo depilados y una actitud despreocupada respecto de las poses y la estética. "Acá no hay esculturas. Hay cuerpos reales", asegura Hernán.
Llevar puestos lentes de sol ayuda a evitar la propia paranoia. Uno está allí, vestido, los ve de cuerpo entero, pero intenta actuar como si no los viera. Es como uno de esos sueños en los que, de pronto, uno se mira y se descubre sin ropa, pero al revés.
"No hay problema. No es requisito estar desnudo para permanecer en la playa", aclara Buono.
De a poco se suman a la ronda algunos vestidos. Son las madres, las esposas o los hijos de los nudistas. Incluso hay algunos que, cansados del sol, decidieron meterse un rato dentro de sus ropas.
Oscar es director de un colegio secundario del conurbano. Para conversar prefiere ponerse una remera y la estira mientras habla para taparse. "¿Te imaginás si se enteran en la escuela? Lo van a tomar a mal", dice. Su esposa aún no se anima. "El año pasado ni lo acompañaba. Este año ya vine. Creo que el año que viene, me saco la parte de arriba", confiesa. Tienen dos hijas, de 18 y 20 años. "No saben que venimos, sino se mueren. Es una edad difícil", agrega.
"El bronceado que lográs es increíble. Después, no querés más volver a ponerte la bikini", asegura Silvana, que tiene 36 años y es docente secundaria de la ciudad de Mendoza. Está en pareja con Rodolfo, de 38, también profesor. Hace dos años, él le propuso hacer la experiencia y fueron a playa Escondida, en Mar del Plata. Al año siguiente, lo repitieron en Chile. "Decidimos que siempre vamos a organizar nuestras vacaciones cerca de una playa nudista. Es lo que nos gusta", resume ella

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