Página 12
DETRÁS DE LAS PAREDES
Cuando se acercaba el vigésimo aniversario de Un
muro de silencio, único largometraje de Lita Stantic como directora,
Máximo Eseverri y Fernando Martín Peña emprendieron la tarea de producir
un libro sobre su vida y obra, no sólo como homenaje a una de las
personas que como productora más apoyaron al cine argentino, sino
también para reconstruir la potencia personal y política de una película
pionera donde con extremo rigor formal se cuenta la dictadura a partir
de un hecho autobiográfico, la desaparición del cineasta Pablo Szir,
entonces pareja de la autora. Lita Stantic: el cine es automóvil y
poema, que se presenta el próximo jueves en el Malba, incluye una copia
remasterizada del film en DVD con numerosos extras, entre las que se
destacan dos cortos realizados por Stantic y Szir. En esta entrevista,
Stantic pasa revista a cincuenta años de intensa cinefilia y explica por
qué se reconcilió con Un muro de silencio.
Por Mariano Kairuz
A
principios de esta semana se cumplieron veintiún años del estreno de Un
muro de silencio, único largometraje como directora de Lita Stantic, una
película de un valor para el cine contemporáneo que tal vez no ha sido
suficientemente estimado. Fue una de las primeras películas que
consiguieron abordar como tema, con las armas de la ficción y un gran
rigor expresivo, la última dictadura, los desaparecidos, el trauma de
los sobrevivientes y el problema de la memoria colectiva. A través de
sus búsquedas formales, articuló el quiebre entre el anquilosado cine
nacional de la década previa y lo que vendría, el nuevo cine argentino, a
muchos de cuyos autores Stantic ayudó a despegar desde su rol de
productora. Stantic concibió Un muro de silencio como una historia –muy
íntimamente ligada a su experiencia personal– que “necesitaba contar”,
aunque inicialmente no tuvo la intención de dirigirla ella misma.
Quienes trabajaban con ella y conocían su compromiso con el cine que
producía fueron quienes la empujaron a dirigir, porque sabían que la
figura de Lita Stantic rompía y trascendía el preconcepto que suele
circular sobre la función del productor (es decir, el perfil del que
“consigue el dinero” y “pone en caja” las ambiciones del autor-director)
porque siempre se involucró de manera muy personal, reflexiva y
creativa en cada obra ajena en la que colaboró.
Un par de años atrás, cuando se acercaba el vigésimo aniversario de
Un muro de silencio, el investigador Máximo Eseverri y el coleccionista e
historiador del cine Fernando Martín Peña emprendieron la realización
de un libro dedicado a recorrer vida y obra de Stantic. Segundo de la
colección Cosmos de Eudeba, lleva por título Lita Stantic: el cine es
automóvil y poema, y fue presentado en el marco del Festival de Mar del
Plata en noviembre del año pasado. Estructurado en su primera parte como
un largo, intenso y a menudo muy entretenido testimonio en primera
persona de Stantic, el volumen ofrece un mirada precisa e inédita sobre
su iniciación cinéfila, sus primeros trabajos en cine, el camino por el
que llegó a la militancia, y los complejos y dolorosos episodios
autobiográficos que inspiraron Un muro de silencio, que el libro incluye
en una copia remasterizada en DVD que cuenta además con numerosas
extras. Entre ellos, comentarios de audio de su director de fotografía,
Félix Monti, la directora, su coguionista (Graciela Maglie), y la
directora de arte Margarita Jusid; además de, fundamentales, dos de los
cortos que Stantic hizo con su ex pareja, el cineasta desaparecido Pablo
Szir, El bombero está triste y llora y Un día..., y un breve detrás de
escena producido a partir de veinte horas de material encontrado en
viejos VHS enmohecidos. Durante el largo proceso que significó la
preparación del libro y la edición del film, Lita Stantic se reencontró
con su propia obra.“Me gustó ver nuevamente Un muro de silencio”, dice ahora Stantic, en entrevista con Radar, días antes de la presentación porteña del libro, que tendrá lugar el próximo jueves en el Malba. “Yo había quedado un poco peleada con la película, con los años. En parte porque en su momento hizo 50 mil espectadores, que en esa época no era suficiente para pagar el crédito del Instituto de Cine. Después estuve un año mostrándola con debate posterior como exhibidor ambulante, con lo cual redondeamos unos cien mil espectadores, para cubrir el costo; pero fue un año ajetreado: el hecho de que me fuera mal con una película mía fue medio doloroso. Sin embargo, al volver a verla sentí que la película había ganado, especialmente porque me encontré con que estaban muy presentes los años ’90. Un muro de silencio se filmó en 1992 y se estrenó en el ’93, y yo creo que se siente que eso que está narrando ocurre en la época del menemismo, una época en la que la gente no quiere saber nada del tema de la memoria. Hoy la veo mejor que en su estreno, porque narra los ’70 pero transcurre en los ’90 y creo que eso la enriqueció, que ahí están las Madres, que seguían peleando por la memoria, pero que para la sociedad todo eso estaba quedando un poco atrás, que era un momento de olvido.”
El guión de Un muro de silencio procede esencialmente de algunos de los capítulos más traumáticos de la vida de la propia directora, y de su relación con Szir, su ex pareja y el padre de su única hija, que fue detenido y desaparecido durante la dictadura militar. La historia se reconstruye a través de varios niveles de representación: el punto de partida son las inquietudes de la directora inglesa Kate Benson (interpretada por Vanessa Redgrave), que se encuentra en Buenos Aires para filmar la historia de una mujer y su pareja desaparecida, según se la ha contado Bruno Tealdi (Lautaro Murúa), un ex profesor universitario de esta mujer. En otro plano, asistimos a la historia de esta mujer y su pareja, a través de las escenas que Benson va filmando para su película, protagonizadas por Julio Chávez y Soledad Villamil. Cuando Silvia (la actriz Ofelia Medina), la mujer en la que está basado el relato de Tealdi, se entera de que se está realizando esta película sobre ella sin su consentimiento, se le instala con más fuerza que nunca el fantasma del padre de su hija, cuya muerte –como la de tantos desaparecidos– jamás pudo confirmar. “Un muro de silencio toma como punto de partida la experiencia personal de perder a un ser querido a manos de la represión estatal durante la última dictadura argentina –escribe Eseverri en su libro– y le añade la dificultad de representar las trabas emocionales que los sobrevivientes tuvieron y tienen para procesar ese pasado, atravesado por un dolor sin nombre.”
TODOS SABÍAN
LAUTARO MURUA Y VANESSA REDGRAVE EN UNA ESCENA DE UN MURO DE SILENCIO.
Ese “todos sabían” dialoga inevitablemente con la ficción cinematográfica sobre la dictadura que más repercusión había tenido tras el retorno democrático: La historia oficial, de Luis Puenzo. La idea de que el personaje de Norma Aleandro, profesora de historia, no supiera que su hija era una niña apropiada, funcionaba como una suerte de “disculpa colectiva” para una sociedad que no supo o prefirió no saber. “Siempre me pareció que dentro del libro de La historia oficial era poco sustentable que una persona de la clase social de la protagonista no se preguntara de dónde viene esa nena”, dice Stantic, pero a su vez aclara que hoy no deja de ser para ella “una película con muchos valores”: “Creo que está muy bien filmada, y que tiene el mérito de hablar muy tempranamente de la complicidad civil con la dictadura, que es algo de lo que prácticamente no se hablaba en ese momento, y definitivamente no se trataba en el cine, salvo por algún documental, como Sol de noche, el del Ingenio Ledesma que produjo Aliverti. Es un tema inagotable, hay mucho para contar sobre la complicidad civil; si no, se habla de eso es como si de pronto hubieran aparecido unos señores militares malos y nos sacaban de encima a Isabelita y López Rega. Pero yo recuerdo muy bien y con mucho dolor el 24 de marzo del ’76, todo el apoyo que tuvo el golpe, cuando además faltaban solo ocho meses para que hubiera elecciones. Entonces, La historia oficial tiene el gran mérito de haber abordado eso, y a la vez, me parecía insostenible la presunta ignorancia de la protagonista. En Un muro de silencio se dice: ‘todos sabían’”.
¿Por qué decidiste que la película incluyera la mirada de una extranjera? –La idea de hacer una película sobre alguien que viene de afuera y hace muchas preguntas surgió cuando Julie Christie vino a hacer Miss Mary en 1986; ella preguntaba todo el tiempo sobre lo que había pasado acá durante la dictadura. Me pareció que además el hecho de que fuera un personaje extranjero le aportaba una forma de distanciamiento necesaria. Pasé mucho tiempo trabajando en el libro, pero desde las primeras versiones hubo una mirada de alguien que viene de afuera.
La película expone, como parte de un mismo problema tensamente entretejido con la memoria y el olvido, el sentimiento de culpa de los sobrevivientes. “No quería que los personajes de la película fueran héroes, no quería todo blanco o negro, quería que se equivocaran, que fueran personas, que hubiera matices. Y evitar los golpes bajos. Y lograr ese distanciamiento del que hablaba antes, de hacer un relato más destinado a la reflexión que a la emoción. Pero lo que quería, fundamentalmente, era hablar de la memoria, de lo imposible, malo y perverso que es el olvido, que el olvido solo puede conducir a la locura. La idea de que Silvia, la protagonista, lo vea a Jaime (su pareja desaparecida), o creyera verlo en la calle, fue de Maglie. A todos nos ha pasado que se nos muere alguien cercano y durante un tiempo creemos verlo en la calle. A mí pasó con mi padre, de repente me parecía que me lo encontraba por ahí. Pero esa misma sensación es mucho más fuerte con los desaparecidos. Hay una fantasía: creer que cuando uno atraviesa situaciones así, de algún modo se las puede arreglar para dejar todo atrás. Pero es un camino errado; la memoria es fundamental. Es cierto que es muy difícil convivir con seres queridos que desaparecieron, pero es la única manera: la única sanidad posible viene por el lado de convivir, de no tratar de negarlo.”
MEDIO SIGLO DE ARGENTINA Y DE CINE
STANTIC SOSTIENE LA CLAQUETA PARA LA PELICULA MOSAICO, DE NESTOR PATERNOSTRO, DONDE FUE ASISTENTE DE DIRECCION.
Nacida en 1941 en Parque Chas, Elida María Stantic se crió con dos padres inmigrantes eslovenos que se conocieron en su país, donde había una organización marcadamente matriarcal de la familia; ella suele contar que su madre era una mujer de carácter firme y recuerda a su padre como un hombre de modales siempre amables y salud frágil, lo que podría explicar en parte –no hace falta ponerse muy psicologistas– el lugar único que ella se iba a forjar en el mundo esencialmente masculino y mayormente machista del cine. Como cinéfila se curtió en las matinés de la sala Parque Chas, a las que iba todos los días con su amiga y vecina (un par de años mayor) Marta Speroni. Para los 15 ya se había obsesionado con la idea de conocer el cine de todas las épocas y procedencias, y había pasado de una etapa pro norteamericana a una indagación del cine europeo, en parte empujada por la lectura del libro Reflexiones sobre el cine, de René Clair, que consiguió en una librería de usados y que es de donde proviene la cita que da título al libro de Eseverri y Peña.
LA CRÍTICA Y LAS ARMAS
PABLO SZIR, 1968.
En 1969 se gestó el proyecto de filmar Los Velázquez, inspirado en el libro de Roberto Carri Isidro Velázquez, formas prerrevolucionarias de la violencia. Szir contactó a Carri y se hicieron amigos; coescribió el guión con Stantic y viajaron al Chaco para continuar la investigación del libro. Fue un rodaje complicado para una película que estaba destinada a circular clandestinamente, al modo de La hora de los hornos. Nunca pudieron completarla y hoy se la considera perdida. Con Szir, recuerda Stantic, “nos separamos definitivamente en diciembre de 1973, pero nos seguimos viendo mucho por nuestra hija, Alejandra. La separación se debió a muchas cosas. Una parte fue el debate sobre nuestros distintos grados de compromiso, porque yo claramente no quería seguir teniendo relación con la organización”. En 1976, cuando Lita volvió de un viaje de trabajo a México, la hermana de Szir le mostró los recortes de diarios en los que se informaba –por su nombre de guerra– que Pablo Szir había muerto en combate. Pero varios meses más tarde, éste empezó a llamar a la casa de Lita, y poco después hasta llegaron a tener un fugaz encuentro. Esta experiencia –condensada con los relatos de otras experiencias afines de conocidos– aparece retratada de un modo bastante directo en Un muro de silencio. En particular, en una de las escenas más logradas de la película, en la que el personaje de Soledad Villamil se encuentra en un bar con Chávez cuando éste ya había desaparecido, acompañado por dos custodios. La escena registra el último encuentro que Stantic tuvo con Szir, que había sido detenido y encerrado en el mismo lugar en el que estuvieron en un tiempo los Carri y Oesterheld. “Había de alguna manera cierta esperanza de los detenidos de que, en la medida en que los viera más gente, iba a ser más difícil que después los mataran”, recuerda Stantic. “En el caso de Pablo, él me fue a buscar a los laboratorios Alex con dos custodios, y causó una conmoción, porque ahí lo conocían y todos lo daban por muerto. Cuando nos encontramos le pregunté: ‘¿Por qué fuiste a Alex?’, y me dijo precisamente eso: ‘Creo que si me ve más gente va a ser más difícil que me maten’. Pero evidentemente no: después yo iba a conocer otras historias siniestras, en especial de la ESMA, sobre militares paseándose con los detenidos, llevando a las mujeres a lugares como Mau Mau, y a los hombres a bares en los que estaban los amigos de los desaparecidos. Fue un método siniestro porque no solo exponían a las víctimas sino que enloquecían a los familiares y a los amigos, que los creían muertos. La idea detrás de estos paseos era realizar una extorsión por dinero. Tratar de sacarles dinero a familiares de los detenidos; a mí no me pasó con Pablo, pero sé que lo intentaron con sus familiares directos. En algunos casos el dinero se juntaba pero después el detenido desaparecía igual.”
Para cuando Lita hizo su película, existían pocas experiencias valiosas en cine sobre la dictadura y los desaparecidos: una de ellas fue Juan, como si nada hubiera sucedido, el extraordinario y pionero documental de Carlos Echeverría. En los ’90, fueron apareciendo algunos muy buenos films, en particular los de la generación de los hijos de desaparecidos, como Los rubios, de Albertina Carri y M, de Nicolás Prividera. Algunos de los films de esta generación abrieron la discusión sobre el accionar de sus padres. “Por supuesto que tiene que haber debate –dice Stantic–, pero creo que hay algo sobre lo que no hay debate: las víctimas son víctimas. Yo puedo hacer una crítica a los dirigentes montoneros que resolvieron que en el ’79 los militantes volvieran a seguir peleando. Pero no puedo juzgar a alguien que creyó en algo y se jugó. La idea era que esto iba a ser Vietnam, y que había que seguir teniendo hijos y seguir con nuestras vidas, en la guerra. Era una convicción.” En parte, dice, la embarga ese sentimiento de culpa que aparece tan elocuentemente expresado en Un muro.... “Siempre pienso que quizás hubo algo de cobardía: uno creyó en algo y de pronto se dio cuenta de que no iba a poder ser consecuente con eso en lo que creyó. Yo me preguntaba: ¿qué me puede pasar a mí si me torturan? Me imaginaba que iba a cantar hasta el nombre de mi mamá, y me di cuenta de que no podía seguir en eso. Por eso mismo es que no puedo criticar a los que se jugaron por un ideal.”
¿Y después de la experiencia de Un muro... no pensaste en volver a dirigir vos misma? –Escribí un par de libros. Uno con Gustavo Fontán, y otro con Silvia Miguens, basado en su libro Lupe, sobre Mariano Moreno visto a través de los ojos de su mujer. Intenté que otros directores dirigieran este último, pero siempre me decían: “Tenés que dirigirla vos”. Por un tiempo pensé en hacerlo, pero después me dije: “No, hay tantos directores... mejor me quedo en la producción”.
“Y hoy estoy segura”, dice, finalmente, la gran productora-autora del cine argentino, “de que no, no voy a volver a dirigir.”
MARIA LUISA BEMBERG Y LITA STANTIC EN EL FESTIVAL DE VENECIA DE 1990, DONDE YO, LA PEOR DE TODAS SE EXHIBIO FUERA DE CONCURSO.
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